11 de noviembre de 2011

Inocentemente malvado

Me encontraba en un puesto de comida rápida y observo que entra distraídamente un señor de unos 60 años de edad, se dirige directamente a pedir su servicio de comida sin hacer la fila.  Inmediatamente se crea un ambiente de murmuración:
—¿pero y este que se cree?  ¡Miren que tigueraso!—

Uno de los que murmuraba le llama en tono fuerte diciendo:
—¡Don venga y haga su fila, que aquí hay que hacer la fila pa' come!—

El sujeto se voltea y con una sonrisa y denotando vergüenza en su rostro, exclama:
—¡Ay! perdón, es que no vi la fila, discúlpenme—

Rápidamente, de manera sencilla y sin emitir ningún comentario tomó su puesto en la fila, al tiempo que las demás personas observaban y se miraban unos a otros pensando:
—Probablemente este señor tenga razón y nos hemos adelantado en nuestro juicio—

—o—

Que apresurados somos para emitir juicios contra las personas, eligiendo nosotros la razón por la que actuaron de equis modo, sin darles oportunidad a que nos revelen su verdadera intención.

Nuestro ambiente se ha vuelto hostil y nuestra conciencia está condicionada de una manera negativa.  Hemos perdido toda pizca de inocencia y sensibilidad, hemos perdido la capacidad de separar lo bueno de lo malo; nuestro mundo nos ha convertido en intérpretes de la maldad.

Reflexionemos, no dejemos que la maldad endurezca nuestro corazón y ofusque nuestra conciencia; aprendamos a encontrar la bondad de nuestro entorno, recuperemos aquello que hemos perdido, recuperemos la inocencia de nuestras almas.

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